Tras descubrir que me llamaba igual que la madre de Superman, madre adoptiva, para ser más exactos, necesitaba un café, así que fui directa a la máquina de la Universidad
[shashin type=”photo” id=”543″ size=”small” columns=”max” order=”user” position=”right”]
Así continúa el relato de Marta Burgos, alumna de Hebreo Vivo. Esta es la segunda entrega de una serie de relatos acerca de sus impresiones en Israel. Les deseo una lectura emocionante.
Tras descubrir que me llamaba igual que la madre de Superman, madre adoptiva, para ser más exactos, (ver relato anterior para entender), necesitaba un café, así que fui directa a la máquina de la Universidad. Y esto fue lo que me encontré:
[shashin type=”photo” id=”545″ size=”large” columns=”max” order=”user” position=”center”]
Desde luego no fue un “relax moment”. Pedí ayuda a un estudiante que me leyó rápidamente las diferentes variedades de café. De todo lo que dijo pude retener, botón 6 café con leche y último botón café con vainilla. Es lo único que he tomado desde entonces.
Pero los trámites administrativos no terminaron ahí. Como condición para poder cobrar la beca era necesario abrir una cuenta de banco en Israel y como dentro del Campus universitario había una oficina, allí me dirigí. La verdad, no podía pararme a hacer un estudio de mercado sobre las diferentes condiciones que ofrece cada entidad financiera, aunque esta fue la sugerencia de la oficina de orientación al estudiante de la Universidad.
Entré, como todo estudiante extranjero, dentro de la que más cercana estaba. Me atendieron muy amablemente, en inglés todo el tiempo, aunque los contratos a firmar estaban, y siguen estándolo, en hebreo. Pedí que me tradujeran, claro, aunque teniendo en consideración que no sé hebreo puedo haber firmado un matrimonio indisoluble con el banco por el rito balinés. Me queda el consuelo de que esto también sucede con los bancos españoles y en ese caso sí que sé español.
El banco se llama Discount, descuento. Sólo espero que no hagan honor a su nombre y que no empiecen a descontarme por todo.
Pasados unos días llegó mi tarjeta de débito a la oficina y fui a por ella. Me dieron unas indicaciones en hebreo de cómo ponerla operativa, aunque la empleada me ayudó en esta tarea.
El momento clave fue cuando fui al cajero y encontré tres idiomas para elegir: ruso, hebreo y árabe “ guauuu-pensé- tres alfabetos diferentes, menudo desarrollo informático, y de que poco me sirve porque no entiendo ninguno de los tres”.
Así que volví a la misma chica y le expliqué que no entendía los mensajes del cajero, por el idioma, no porque nunca en mi vida hubiera visto un cajero. Me vi en la necesidad de aclararlo ante la cara de sorpresa que puso la empleada. Así que me enseñó mecánicamente los botones que tenía que pulsar para poder sacar dinero. “Bueno-pensé- si no sé como sacarlo tampoco puedo gastarlo, quien no se consuela es porque no quiere”.
[shashin type=”photo” id=”546″ size=”large” columns=”max” order=”user” position=”center”]
Campus de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Finalmente, y como último trámite urgente tras conseguir el carné universitario, con el nombre en hebreo de la madre de Superman, y la cuenta de banco, era conseguir la tarjeta de transporte, pero esta aventura os la contaré la semana que viene.